Dicen que nuestro destino está escrito en las estrellas, que en cualquier momento los hilos invisibles del Universo se cruzan para dar rienda suelta a una serie de casualidades que parecen inevitables. Excalibur, el perro de Teresa Romero, la auxiliar de enfermería infectada por el virus del ébola en nuestro país, pasó de estar en compañía, disfrutando de su vida perruna como cualquier otro animal doméstico, a quedarse solo sin nadie que pudiera atenderle, hasta que de repente llegó un veterinario y su luz se apagó para siempre. No era consciente de que su destino había sido sentenciado desde el mismo momento en que una persona decidió prestar ayuda humanitaria a cientos de kilómetros de allí, sin conocerse de nada. ¿Sobre quién debe pesar la muerte por sacrificio de este perro? Debe pesar sobre todos aquellos que impulsaron, precipitaron y tomaron la decisión de repatriar a nuestro país a dos moribundos con una enfermedad para la que no estamos preparados, sobre ellos y sobre nadie más. Y no sólo la muerte de Excalibur, sino todas las que a partir de ahora vengan como consecuencia. Si se iban a morir de todas formas, ¿para qué traerlos? ¿Para dedicarles una despedida que podía traernos estas consecuencias y lo sabían? Para matar al perro no les tembló el pulso, para evitar posibles consecuencias, pero para repatriar tampoco les tembló ni la ceja. No dudo de la decisión del sacrificio siempre y cuando se hubiera demostrado mediante un simple análisis si portaba el virus, aunque como bien dicen se podría haber aprovechado para investigar si el contagio animal-humano es posible, ya que es el primer caso de posible infectación de un animal doméstico y no silvestre como los infectados en el país de orígen de la enfermedad, donde los animales comen cualquier cosa. Lo que me jode es que las mismas pautas de prevención no se hubieran tenido en cuenta antes de traer a dos personas infectadas sólo para que pudieran «despedirse». Como tampoco dudo que el empeoramiento de Teresa en parte por esa lucha emocional que todo paciente debe tener consigo mismo, sea debido a que ese perro que se ha pasado casi media vida con ella haya tenido tan fatal desencuentro con su destino. A quién pretenden engañar y echar las culpas ahora los listos que se volcaron en la repatriación de los moribundos. Ahora todo es una serie de catastróficas desdichas, que si la auxiliar de enfermería se quitó la máscara y se rascó la cara, que si no avisó a su médico de cabecera de que había estado en contacto con una persona portadora del virus, que si la ambulancia no siguió el protocolo al llevarla al hospital… y a todo esto sumamos que los vecinos se enteraron por las noticias de que su vecina estaba infectada, que tardaron más de un día en desinfectar las zonas comunes del edificio, personal sanitario que se pasa el protocolo por ahí mismo quitándose el traje en plena calle, los medios poniendo el micrófono en la boca (esa misma alcachofa que después se pegan al morro para transmitir las noticias) a una persona con alto riesgo de haber sido infectada. ¿Hay que echar la culpa a los demás? Somos como somos, nadie nos ha enseñado un curso intensivo de prevención de la enfermedad del ébola, yo ahora mismo no tengo ni puta idea de cómo se transmite, ¿como la gripe? ¿Por contacto? Seamos sinceros, no tendría que estar preocupándome por este tipo de cosas si los que tenían que haber dejado a los moribundos en aquel país lo hubiesen hecho. A lo largo de la historia de la humanidad, muchas especies se han introducido en tierras ajenas creando un nuevo hábitat y destruyendo lo autóctono y casi siempre ha sido un error humano. Tanto estas especies nuevas como los propios humanos, hemos llevado enfermedades donde antes no las había, haciendo a estos virus más fuertes y originando en ellos un cambio que obliga a estudiarlos de nuevo. Tiene cojones que se dedique tiempo y dinero a comprobar las posibles enfermedades que podría traer un meteorito que llegase a La Tierra cuando no somos capaces ni de controlar una puta enfermedad diciendo un simple NO cuando hay que hacerlo. Señores, si terminamos todos cayendo como chinches, aquí como la reina de corazones de Alicia en el País de las Maravillas, que al señor que lo inició todo le corten la puta cabeza, la física, porque mentalmente ya está visto que no tiene mucha.